lunes, 15 de septiembre de 2008

El Abismo

Si el otro día os decía que las musan han pasado de mí, hoy os lo confirmo. Ya ni se acuerdan de donde vivo ni de por donde ando. Sentarme aquí cada noche se me hace duro, porque no se cómo exactamente juntar las letras para que esto tenga algo de sentido. Por eso os dejo un cuento que trata sobre ello. Mañana os hablaré de lo maravilloso que ha sido mi primer día de búsqueda de empleo post-ojitos que-me-chillan... El cuento se llama El Abismo, de Edgardo Franzetti.

Una hoja en blanco frente a mi es un abismo profundo del que no se regresa.
No siempre es así. En algunas noches la hoja se presenta como una carretera segura. Entonces un apuro irrefrenable me urge en llegar no se donde y los personajes de los cuentos apuran su aparición y están ansiosos por representar su papel.
Las palabras se amontonan y en su apuro por salir dejan olvidadas letras innecesarias, puestas a solo efecto de la ortografía, ya que así, desprolijas e incompletas, igual dan cuenta de quien son y que hacen allí. Los verbos se mueven en mi cabeza apurados en dar acciones a sustantivos carentes de toda gracia. Pero claro, en el apuro se entremezclan algunos adjetivos que visten la función.
Algunos días la originalidad mezcla todas las palabras en formas novedosas, y otros los convencionalismos me atrapan, pero los peores son aquellos días que me descubro convencionalmente novedoso.
Lo grave, lo irremediable, es la ausencia de inspiración.
Dragones y oficinistas amontonados esperando una señal para salir, y nada. No hay señal. Los huesos de mi cabeza se deforman conteniendo muebles, edificios, trasatlánticos y mariposas. Les da igual, ausentes de alguna idea no existen jerarquías, entonces, a punto de salir, puede estar un gladiador romano igual que un gusano de seda, que sin argumento los dos igualan sus derechos.
Toda la omnipotencia desplegada detrás de algún argumento queda diluida sin ideas. Entonces, aquel trono reclamado resulta insostenible y la corona, tan espléndidamente en nuestra imaginativa cabeza resulta grotesca cuando no sabemos que escribir.
Y la hoja resulta un abismo.
Saltar al abismo produce un cosquilleo en el estómago que me excede. La sensación de vértigo es tan intensa que jamás saltaré en paracaídas o cosa que se le parezca. Además haber pasado repetidamente por la experiencia y saber que mañana lo estaré haciendo nuevamente no va en detrimento del vértigo.
De igual manera, saber que mañana alguna idea pondrá en marcha mi imaginación y me permitirá escribir no disminuye este maldito vértigo que siento frente a una hoja en blanco.

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