viernes, 19 de septiembre de 2008

Extraño instinto de supervivencia

Me desperté esta mañana con frío. No era ese frío típico de invierno, sino ese que ni siquiera es desagradable y por el que te das cuenta de que está cambiando la estación. Notaba el ambiente fresco de la habitación en mis hombros, que no estaban cubiertos con la sábana.
Inconscientemente, me volví buscando un refugio cálido que hace mucho que no está. Pero me volví esta mañana buscándote, lo reconozco. Y me sorprendí cuando descubrí que no estabas y que yo tampoco estaba donde siempre. Y poco a poco empecé a pensar hacia atrás, que es como dicen que se recuerdan los sueños, y me di cuenta de que también había soñado contigo anoche, cosa que no ocurría hacía mucho mucho tiempo. Siglos podría decir hacía que habías desaparecido de mi memoria consciente e inconsciente, pero esta mañana, sorprendentemente te busqué a y a tu calidez en mi cama, como estaba acostumbrada a hacer hace tiempo.
Eras el refugio a donde me llevaba mi instinto de supervivencia. Porque durante mucho tiempo fuiste mi cobijo matutino o nocturno, o el de cualquier hora en la que quisiera encontrarte porque llegaste para no irte. Y así fue. Viví contigo varios cambios de estación como el que he sentido esta mañana, igual y al contrario, cuando buscas en lugar de calidez, la frescura de un pelo aún húmedo por la ducha de la noche anterior o de un trozo de piel que ha dormido fuera de las sábanas. Y ahí siempre estuviste tú, tanto para el frío como para el calor. Y me transferías tu temperatura y como un reptil de sangre fría yo la hacía mía también, porque siempre fue la idónea para mí. Ni frío ni calor.
Y ya puestos a recordar, me pregunto qué habrá sido de después de decidir entre los dos que era el momento de marcharte.
Y es que mi instinto de supervivencia es así de extraño.

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