lunes, 24 de noviembre de 2008
miércoles, 19 de noviembre de 2008
Darwinismo social con bemoles, por Juan Yanes
Fui a la entrevista de selección para el puesto de trabajo. El tipo que estaba detrás de la mesa empezó a leer mis referencias: «Inteligente; incisiva; sabueso; ágil; muerde cuando quiere; el dinero la pierde; adora al becerro de oro; carece de escrúpulos; no tiene principios; se vende al mejor postor; adula a los jefes; repta; lame; siempre piensa mal de la gente; no tiene amigos; miente; no tiene conciencia reivindicativa; carece de ideología; oportunista nata; aparenta poseer una cierta cultura; nervios de acero; todo en ella es apariencia; paciente; taimada; conoce el arte de la seducción; posee un extenso repertorio de insultos; directa o sinuosa, según convenga; convincente, segura; puede ser amable y encantadora, en ocasiones o simplemente insoportable; calcula el riesgo; calcula el coste-beneficio; es una calculadora; no da propinas; desprecia a los débiles; no es ni guapa ni fea sino todo lo contrario; no tiene pareja estable; le gusta mandar; no bebe; no fuma; descubre con facilidad los puntos débiles de los demás; se alimenta de acelgas; ve lo que pasa a sus espaldas; no se ablanda ante el dolor ajeno; su ambición no tiene límites, parece una mosquita muerta». El tipo que estaba detrás de la mesa cerró la carpeta, se puso a dar golpecitos con los dedos sobre el lomo del dossier, me miró y dijo:
—El puesto es suyo, señorita.
martes, 18 de noviembre de 2008
La flor más grande del mundo
¡Hace ya tanto tiempo de eso!
Que no se preocupen los que no conciben historias fuera de las ciudades, ni siquiera las infantiles: a mi niño héroe sus aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los padres, supongo que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela confusa de la que no hay noticia.
Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto y, de árbol en árbol, como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos ha permitido…
El río se desviaba mucho, se apartaba, y del río ya estaba un poco harto porque desde que nació siempre lo estaba viendo. Decidió entonces cortar campo a través, entre extensos olivares, unas veces caminando junto a misteriosos setos vivos cubiertos de campanillas blancas, y otras adentrándose en bosques de altos frenos donde había claros tranquilos sin rastro de personas o animales, y alrededor un silencio que zumbaba, y también un calor vegetal, un olor de tallo fresco sangrado como una vena blanca y verde.
¡Oh, qué feliz iba el niño! Anduvo, anduvo, hasta que los árboles empezaron a escasear y era ya un erial, una tierra de rastrojos bajos y secos, y en medio una inhóspita colina redonda como una taza boca abajo.
No importa.
Lo recorrieron todo, desatados en lágrimas, y era casi la puesta de sol cuando levantaron los ojos y vieron a lo lejos una flor enorme que nadie recordaba que estuviera allí.
Fueron todos corriendo, subieron la colina y se encontraron con el niño que dormía. Sobre él, resguardándolo del fresco de la tarde, se extendía un gran pétalo perfumado, con todos los colores del arco iris.
Y ésa es la moraleja de la historia.
Éste era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya conocéis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, con palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños…
¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por tí que me lees, pero mucho más bonita?…