"¡Tanta hermosura, duele!", te oí decir. Y cuando, un poco sorprendido, me volví a mirarte, ví correr lágrimas por tu cara. Yo conocía demasiado bien (¿quién mejor que yo?) tu sensibilidad a flor de piel; pero tras de tantos y tantos años de nuestra íntima convivencia, todavía me faltaba por descubrir en tí ese grado de total entrega, que así llegaba a dejarte rendida y deshecha ante la belleza intolerable de una hora feliz.
martes, 3 de noviembre de 2009
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